martes, 12 de febrero de 2008

El paciente entrevistador

La entrevista del pasado día 11 en el canal de televisión Cuatro al presidente del Gobierno es uno de los productos informativos más decepcionantes que he podido contemplar desde que tengo uso de razón. Solapando al máximo los perjuicios que uno tiene sobre la posible afinidad ideológica del entrevistador con el entrevistado, lo cierto es que la sensación que me queda tras la entrevista es de pena, de solidaridad con el supuesto entrevistador. Digo supuesto porque a veces daba la impresión de que quien llevaba el debate era el propio Zapatero (en adelante, ZP). Sintomático es el repetido gesto del presidente pidiendo silencio al periodista con la mano, al uso de la cumbre iberoamericana con el extravagante Chávez, pero con éxito. No hizo falta un rey para ordenar silencio. El pobre Gabilondo (en adelante, Gabi) ni podía acabar sus preguntas. En algún momento, incluso, me pareció adivinar en su cara una mezcla entre disgusto y resignación.

Ya desde el principio, la cita no parecía muy prometedora, interpelando el aún conductor de la entrevista al conducido sobre si ganará o no las elecciones. A partir de ahí y sin ánimo de establecer comparaciones con la entrevista realizada al líder de la oposición, donde Gabi sí ejerció de periodista –aún sin poder evitar deslizar alguna opinión propia-, el programa fue una sucesión de temas que el famoso locutor le apuntaba al presidente para que éste se explayara y repartiera críticas a diestro y siniestro, sin ápice de asomo de autocrítica.

Tal fue la tribuna de orador con megáfono incluido en la que se convirtió la butaca del presidente que Gabilondo no parecía mas que un convidado de piedra, impertinente a los ojos del invitado, que hasta le matizaba las preguntas antes de que el pobre presentador terminara de formularlas: “¿No es cierto que no se ha conseguido integrar a los nacionalistas catalanes y vascos en los estatutos aprobados esta legislatura…?” y antes de que Gabi pudiera concluir, le replica ZP cual profesor a su alumno: “Hay que matizar esa pregunta, porque en un caso no se aprobó estatuto….”.
Y cuando Gabi, cierto es, mostraba intención de repreguntar para que el presidente no se fuera por las ramas –un auténtico maestro, por cierto-, el invitado repetía letra por letra su respuesta, diría, incluso, con rictus de molestia, como pensando, ¿pero éste qué se ha creido?: -“Presidente, ¿volverá a negociar con ETA si gana las elecciones?” –“No hay ninguna expectativa de dialogo con la banda terrorista”. Y así podíamos haber llegado hasta el infinito.

Después de un par de soliloquios tras la pregunta certera de Gabi del tipo ‘Rajoy ha dicho…’ que ahondaron aún más en la estopa al rival y de una pregunta guía para abundar en el caso de las sedaciones del Severo Ochoa de Leganés – “¿Qué opinión tiene de la eutanasia?”-, la entrevista fue languideciendo poco a poco hacia su opus, entre preguntas inconclusas de Gabi –ZP no le dejaba- y monólogos de tres minutos del presidente. Casi al final, Gabi, como púgil que pide la hora, se excusa en las preguntas de los televidentes para interrumpir por una vez el panegírico de ZP. Cierre patético. En aras de dar una apariencia de igualdad, le pregunta sobre tres señaladas fechas de la historia: La constitución de EE.UU. como estado (o sea, cuando su declaración de independencia en Filadelfia), la revolución francesa y la revolución bolchevique (creo que dijeron rusa y, aunque todo el mundo entendimos a qué se refería, podía haber sido la de 1905). Acertó las tres. Pleno. Si las preguntas no eran nada del otro mundo, más sospechosa aún me pareció la respuesta del presidente: “¿Cómo no había de saberlo después del tiempo que pasé dando clases de derecho constitucional?”. Pues el que esto escribe, que estudió derecho como el presidente –aunque no realizara una tesina como la suya- sí recuerda haber estudiado las dos primeras fechas en Historia del Constitucionalismo, pero no la tercera. En cualquier caso, ¿hay que estudiar leyes para saberlas?.

En resumen, las preguntas fueron vagas, poco concretas e incisivas y muchas veces no pudieron perfilarse por la interrupción (¿?) del entrevistado. El invitado habló cuanto quiso y más, nunca se vio en apuros o ante una pregunta con segundas, se atrevió incluso a pedir –con el gesto- reiteradamente al periodista que no le interrumpiera (¡pero si Gabi estuvo más calmado que una balsa de aceite!). ZP elaboró pausadísimos discursos, pasó de un tema a otro sin cortapisas, exploró hasta el último recodo de los cerros de Úbeda y se fue como vino, con una sonrisa de oreja a oreja –o de ceja a ceja, ahora más de moda-. Si estuviéramos en EE.UU., probablemente Gabi no volvería a hacer una entrevista a un responsable político, porque no forzó el ingenio del entrevistado ni la cita desveló nada, absolutamente nada que no supiéramos. Pasaría el resto de sus días en el fondo de una redacción recogiendo teletipos, o casi. Tiene que ser frustrante que no te dejen hablar en tu propia casa. ¡Ánimo Gabi, que al menos tienes el riñón bien cubierto! Si te sirve de consuelo yo, en tu caso, no sé si hubiera aguantado estoicamente parapetado en mi butaca. Más bien, creo que me hubiera ahorcado con el cable del micrófono de corbata…