martes, 4 de mayo de 2021

Madrileñeando

No es este un análisis programático, sino un perfil de cada partido en base a su publicidad electoral y las medidas que más me han sorprendido, por heterodoxas, de su programa, no una reflexión sistemática sobre sus propuestas, pues, al fin y al cabo, las palabras se las lleva el viento; ni sobre la coherencia de sus candidatos (es complicado comparar cuando algunos gobernaron y otros no) ni sobre su discurso (oscilaciones incluidas) a lo largo de toda la campaña. Son unas pinceladas en base a las fotos de carteles, al mensaje de las cartas publicitarias y, muy someramente, las impresiones personales sobre el candidato, reflexiones terminadas de escribir cuando se acababan de cerrar los colegios electorales.

 

Más Madrid. Candidata de mastodóntica sonrisa, amante de la aliteración (médica, madre, su partido…). Sus carteles no sé si son del todo acertados, pues no sabe uno si se está poniendo o quitando la mascarilla, mal asunto una médica animando a la rebeldía. Y vago eslogan: “Lo que de verdad importa”… ¿votar? Carta publicitaria escueta, descriptiva del evento y los antecedentes (durante este año hemos pasado miedo…), centrada en la salud, como no podía ser de otra manera (ella es del gremio) y apostando por un Madrid health friendly. Se agradece no encontrarse  la duplicación de género por doquier.

Entre las medidas de su programa que me chirrían es la del derecho al tiempo: realizar “una propuesta de políticas públicas para corregir la desigualdad de género en usos del tiempo”. Yo debo ser una antigualla, porque no lo entiendo. Busco entonces en la red todopoderosa y me encuentro con unas declaraciones de la candidata sobre "ayudas para salir adelante y tiempo para conciliar porque el derecho a conquistar en el siglo XXI es el del tiempo". Ahhh, se trata de la conciliación. Exijo entonces mi derecho absoluto al tiempo, una vez tenga un trabajo fijo. Y exijo ahora mi derecho relativo, como autónomo, que mi mujer dispone de algo más de tiempo que yo.

Las sensaciones son de un programa bastante razonable, el hecho de que su marido gane bien no tiene por qué restarle credibilidad, pero apostaría a que gobernaría con mi ídolo, Pablo Iglesias, amén de que su cerrazón con cerrar el hospital Zendal sin darle un uso viable (al fin y al cabo, ya está construido) me parece un tanto cerril.

Ciudadanos. Candidato de ensortijadísimo y recio cabello (¡maldito!),  a falta de una letra para ser un dios babilonio, algo a tener muy en cuenta. En su cartel destaca el slogan “Vota Edmundo. Elige Centro”. Sin saber bien qué es el centro, el nombre de Edmundo me gusta, me lo imagino declamando el “¡ay mísero de mí, ay infelice!”. La carta expone 6 razones para votarle, concreta, eso le honra y destaca de sí mismo ser honrado (más aire aún a Calderón). Edmundo se pone acá el traje de Segismundo cuando lanza la pregunta: “¿Sabías que Cs está a 10 mil votos de evitar que los extremos decidan el futuro de Madrid?”. ¿Qué delito cometió Cs languideciendo?, le falta decir.

Su programa es más sintético que el de Más Madrid y lo que más extraño me ha resultado es eso de optimizar “el transporte de “última milla”” con el objetivo “reducir la huella medioambiental de esta actividad”. Lo de la última milla se conoce también como “distribución capilar”, expresión que no me gusta nada, especialmente si pienso en el mencionado cabello del candidato (¡suertudo!), la última posta hasta que el producto llega a casa. No sé si buscando ese objetivo medioambiental obligarían a hacer la última milla en bicicleta, pero se me antoja complicado llevar ciertas cosas en bici. ¿Moto eléctrica? No sé, pero si seguimos comprando tanto a Amazon cerrarán todas las tiendas del barrio.

Lo de la moderación y hacer propuestas más concretas me gusta, la pregunta es si mi voto serviría de algo o caería en el limbo. Pero pienso en Jenofonte y recuerdo con orgullo a esos 10 mil valientes griegos…

Podemos (Yes we can, en inglés). Paul Churches (siguiendo en la lengua de Shakespeare) no aparece en el cartel, pude que porque el “Vuelve” con un primer plano de la coleta y el puño en alto no tuviera la acogida deseada. Los carteles traen un fondo de banderines de colores colgando entre balcones. No sé si será una metáfora de que la política es una verbena, pero no creo, por la solemnidad del eslogan: “Que hable la mayoría”. Su carta  se divide en dos partes, la mitad izquierda, tipo cómic, parece un remedo de “13, Rue del Percebe”, con el meritado eslogan dibujado con ropa colgante y banderines. La derecha, el texto contundente, el de nosotros y ellos, el “no somos como ellos” (¿quiénes exactamente?), apenas concretando en la gestión irresponsable de Ayuso. Parece que “ellos” tienen las televisiones (¿y ellas?), pues solo se les escucha a “ellos” (oye, como dirían Martes y 13). Yo veo la TV y les escucho a todos.. en unas más a unos y en otras, a otros. “Somos más”, concluye, pero eso ya se sabrá el día de las elecciones, ¿no?

El programa de Podemos es largo, ya lo dice en su subtítulo, 647 propuestas para un “Madrid con futuro”. Yo no sé si tengo futuro, pero no tanto tiempo como para leérmelas todas, no las he contado, pero en el apartado “Feminismos” (parece que habla de las vanguardias artísticas) me ha llamado la atención el uso político del lenguaje cuando afirman  que acabarán con “las esterilizaciones forzosas y con los abortos  forzosos para mujeres con diversidad funcional”.  Lo de diversidad funcional para no molestar a personas con algún tipo de discapacidad me parece esperpéntico, pues es innecesario hablar siempre con eufemismos. Ya se cambió lo de minusválido, que entiendo que por su literalidad pudiera sonar a desvalorizar a la persona, pero es que, en el aspecto físico, como en el psíquico, hay gente con capacidad estándar y otros que se salen de la norma (por arriba o por abajo, la disquisición filosófica sobre la relatividad de las cosas la dejo para otro día); a mí no me molesta que me llamen parado o desempleado si no tengo trabajo, me parecería estrafalario que me calificaran como persona con empleabilidad suspendida, por ejemplo. Si uno lee la definición de discapacidad de la RAE no es peyorativa, solo descriptiva. Igualmente, cuatro propuestas más arriba se habla de familias monomarentales, un neologismo para reflejar lo que ya sabemos, que se puede ser una madre sola, pero, de momento, hasta que no se cambie el diccionario (¡vivan las almóndigas!), la palabra que define estas situaciones es monoparental. Y estos lumbreras del idioma deberían saber, además, que parental (¡machista palabra!) no viene de padre (del latín pater), sino de pariente (del latín, parens), el que pare (¿y quién pare?) o el que tiene una relación de familia, no el que dice paridas…

Después de este largo exordio creo que queda claro que no votaría a Podemos, que en su origen pudo haber sido un proyecto bienintencionado, pero con gente que se fija tanto en estas chorradas y tan poco en lo mollar, para mí, está acabado. El hecho de que su candidato fuera amenazado no me da tanta pena como para votarle.

Partido Popular. El cartel electoral presenta a una presidenta-candidata con look de motera, chupa de cuero sobre camiseta blanca, labios carmesíes y sombra de ojos bien marcada, con sonrisa medida. Quizás sea un guiño a la gente más joven, que pueda resultar menos fan de la política. El eslogan, idéntico que el de la carta, de una sola palabra: “Libertad”. Se entiende, digo yo, libertad de horarios, libertad de empresa, principalmente, pues aunque somos esclavos del capital queramos o no (y de nuestras pasiones, que decía el poeta), oprimidos a lo Escocia de un Braveheart tampoco estamos. No me gusta el eslogan por simplificador, y menos mal que quitaron el dicotómico “comunismo o libertad”, un punto demagógico. Me gustaría ser más libre aún de lo que promete Díaz Ayuso, pero mi libertad empieza donde acaba la del otro.

Respecto al programa, me sorprendió por pintoresca la medida de reivindicar “el Teatro del Siglo de Oro español a través de programas que pongan en valor la dramaturgia clásica española y la abran a todos los públicos, que se desarrollarán en la Casa Museo Lope de Vega, en el Museo Casa Natal de Cervantes y en los Teatros del Canal”, además de incluir en el festival Teatralia adaptaciones de clásicos para el público infantil y juvenil. Ya sé que esta es una medida accesoria, pero como amante de nuestro teatro áureo, de una belleza estilística y hondura de temas sin igual, me parece interesante la iniciativa, pues progreso no supone necesariamente olvidar nuestro pasado, cuando, especialmente, tiene tanto que enseñarnos.

 

Pienso que la actual presidenta ha tenido más aciertos que errores y, aunque no me convencía la constante reivindicación y queja con el gobierno central, pienso que ha tenido, a diferencia de este, un norte claro desde el principio de la crisis y los resultados, aun con todos los contagios, pienso que han sido mejores que en otras muchas comunidades, si se analizan los datos fríamente, comparando salud y economía.

 

Partido socialista. El cartel no lo veo muy acertado comunicativamente. El eslogan de “Gobernar en serio” parece apuntar a que lo gestionado hasta ahora fue de broma. Al verlo pensé si lo dirían… ¿en serio? La foto del candidato, con los ojos medio vidriosos (gafas aparte), intento fallido por sonreír trasladan una imagen a medio camino entre la súplica y el sufrimiento. Más que un propósito serio, uno desesperado. La carta concreta puntos del programa, lo cual está bien, para dar una idea de para qué se pide el voto y apela a la moderación ya desde el arranque y sigue hasta el cierre, junto con el cliché de la alternativa progresista (con todo lo que eso significa, cajón de sastre en el que cabe todo, lo verde, lo feminista…, como dice). El eslogan de la carta no me trasmite gran cosa… “Hazlo por Madrid”. ¿Es un bien para Madrid votarle? ¿Y para mí?

 

Según la cantidad, se diría que el programa del PSOE es la mitad de ambicioso que el de Podemos, pues habla de “solo” 350 medidas. Pero a veces, poco es mucho. Con un candidato tan soso y un programa tan serio, me resultó difícil encontrar algo que me llamara la atención, pero lo que más me gustó, por ser algo que llevo años pensando es lo de “poner en marcha una red de  puntos de venta directa entre  agricultores y ganaderos y los  consumidores de la Comunidad de Madrid”. Imagino que esto habría de concretarse con infraestructuras y servicios adecuados, pero me parece una fantástica idea para que el pobre agricultor se lleve algo más del tomate que disfrutamos, y no un décima parte de lo que gana el intermediario que se limita a transportarlo y conservarlo, pero que no se enfrenta cada mañana con la tierra que el agricultor cultiva con el sudor de su frente.

 

Al principio de la campaña diría que era el candidato por el que tenía más simpatía, un tipo moderado, educado, cultivado (el Sr. “ado”), pero según avanzaba fue dando bandazos, en el debate le lanzó un SOS a Podemos y el 2 de mayo declaró a su parroquia que “vuestro voto vale lo mismo que el de ellos”, otra vez las dos Españas, una vela a Dios y otra al diablo…

 

Vox. El cartel de Vox tiene ecos mesiánicos. La candidata, Rocío Monasterio sale acompañada del líder Abascal mirando a lo que uno supone que es bien un nuevo amanecer, bien una aparición sobrenatural (mariana, quizás…), a juzgar por la iluminación de sus rostros, con un eslogan que apela a la seguridad (la famoso polémica de los menas): “Protege Madrid. Vota seguro”. La inseguridad es un sentimiento derivado del temor, que nunca falla. Ella sala bastante natural, satisfecha, pero él sale anonadado, como si estuviera viendo un poltergeist. En la carta, la misma foto y una apelación clara desde el sobre mismo (la bandera de España), y el encabezamiento (“Compatriota”), una enumeración clara de puntos programáticos a acometer (me encanta el de reducir del número de diputados de la Asamblea, menos bocas que alimentar de la mamandurria) y el cierre apelando a evitar que los otros, “la izquierda sectaria”, llegue al poder.

 

Su programa es más sintético aún que el del PSOE (debieron pensar aquello de que lo breve es el doble mejor), apenas 100 medidas, las de carácter urgente. La medida que me ha resultado más pintoresca, por su compleja aplicación es la de que “los españoles que cumplan 20 años de servicio en el ejército tendrán prioridad en las oposiciones a cuerpos de policía, municipales, forestales, funcionarios  penitenciarios…etcétera”. Más allá de cómo se concretará el término prioridad, me preocupa el etcétera, pues, mereciéndome todo el respeto los militares, no veo justo que tengan prioridad para el acceso a un cargo público. Para motivar a la gente a apuntarse al ejército entiendo sería más cabal subir sus salarios y beneficios sociales.

 

La candidata estuvo muy solvente en el único debate televisado, pero un tanto impertinente y sobrada en el de la radio (que no fascista, palabra que vale para todo en boca de algunos), habla con franqueza, pero apela también a ese frentismo que decíamos antes.

 

 

 

 

 


sábado, 1 de mayo de 2021

Letonia no es Laponia

 

Escribo estas líneas dos semanas después de vuelto a la soleada España tras pasar la Semana Santa en la fría y muchas veces nublada Letonia, donde trabaja mi mujer. Si algo me ha sorprendido es la grandeza arquitectónica de una país pequeño. Las calles del centro y aledaños están trufadas de espléndidos edificios modernistas (o Art Nouveau) con relieves bajos y altos, esculturas que salen de las fachadas con figuras humanas, vegetales, bloques de viviendas de distintos colores y tonalidades.

Poco más puedo apuntar del báltico país más allá de un primer encuentro con el mar que le califica, pues nuestro invitado perenne, Sr. coronavirus, ha hecho de este país un lugar de espacios cerrados donde apenas abren los supermercados y algunos restaurantes para comida a domicilio. Y yo que pensaba que estábamos mal en España… Pero vuelvo a ese mar oscuro, como una laguna negra soriana inmensa, quieto, una bañera inmensa que apenas cubre las orillas de agua, cuajada de aves marinas y playas anchas de blanca arena, como Jurmala, ciudad de veraneo de la capital, Riga, por donde paseamos un extrañamente soleado domingo de 15 grados.

                                                      Junto a Santa Gertrudis, el templo del milagro.

Los días pasaron en bucle de ramos a pascuas, pero, entremedias, entre paseos en busca de flores (y no es una metáfora) cuyos puestos trufan las aceras, crucé caminos con varios especímenes que parecían habitar otra dimensión, la del trance etílico. Muchos pensarán que ya conocen dicho estado, pero no es el mismo. Estas eran personas que no hacían eses, como un borracho cualquiera, sino que parecían estar bailando un tango con ellos mismos, dos pasos y pausa, mirada al cielo, y vuelta a empezar, tipos en chanclas y pantalón corto aprovechando que había algún grado positivo, mirando al horizonte, hombres de honor, en su embriaguez, pero, el más increíble, el más legendario de todos fue un tipo, diría que bastante joven, de impecable camisa, cuya singularidad detectó mi hija nada más aparcado el coche, saliendo del garaje. Solo por ver a mi mujer el viaje mereció la pena, pero ver la secuencia épica de este héroe báquico, de este Segismundo en la acera fue casi místico.

Este letón parecía un filósofo presocrático reflexionando sesudamente sobre la naturaleza, a tenor del interés con el que miraba el seto que rodea la bonita iglesia luterana de Santa Gertrudis, de ladrillo marrón anaranjado. Yo pensé que andaba escogiendo el punto ideal para la micción, pero la realidad es que no, andaba buscando su propio acomodo, pues, segundos después, cayó de bruces sobre el seto, inmóvil, como cae una estatua de Colón derribada por un cafre siguiendo la última moda. Me acerqué, creyéndolo muerto… y entonces sobrevino el hecho cuasi mágico, sobrenatural diría yo, de su reincorporación, como si de un rebobinado se tratara, impulsado por una extraordinaria fuerza dionisíaca (los brazos seguían tiesos, paralelos a su cuerpo), resucitando de entre el decorativo arbusto, tras 3 minutos inmóvil, cual rumiante pastando en un hierbal sin mover la boca. Recuperada la vertical, cruzada la calle como una exhalación, tieso como una estaca, volvió a montar guardia en la vinoteca de donde dedujimos procedía, a la vuelta de la esquina, como si esperara su momento para reiniciar su círculo vicioso. Lo confieso, como alimañas, mi mujer, mi hija y yo rodeamos el edificio para ver adónde iban a parar los huesos del más grande prestidigitador que haya visto nunca, la entereza hecha carne macerada en alcohol. A él, ídolo de nombre desconocido, va dirigido este poema:

Apuró enhiesto hasta el último sarmiento.

Desaparecieron cepa, vidrio y uva,

hasta el tapón voló y, como una cuba,

abandonó el letón la vinoteca.

Enfiló hacia a la Iglesia de Gertrudis

a purgar su gula, en busca de alimento

espiritual, pero, guardando el templo

encontró un seto.

Se lo quedó mirando.

Imaginose extremo de un embudo

al que caían litros

del eucarístico elemento.

Y de tanto mirar se creyó seto.

Dejose caer en el futuro arbusto,

mero esqueleto.

Y con sus huesos cayó

como cae un alto árbol,

mirando al horizonte desde su parapeto.

Quedó el letón tendido,

hecho seto,

Excalibur en la roca,

pero, al cabo, resucitó.

Salió del armazón arbóreo

como rebobinado;

se estiró como un ciprés,

mirando al cielo cruzó el pavés.

Y, saciada su sed de eternidad,

en oscilante trayectoria

arrostró nuevamente su victoria,

la morada de Baco,

en busca de otro sorbo

de fútil felicidad. 

PD: El título de esta entrada es un homenaje a un vecino de mi madre que, preguntando sobre mi próximo viaje, no cesaba de referirse al norteño país como Laponia.