martes, 22 de febrero de 2011

Volver a empezar

Son ya casi dos meses desde mi vuelta a España y los recuerdos se agolpan, con nostalgia, en mi pensamiento. Dicen que el ser humano tiende a mitificar lo que ya no está, aquello que dijo el poeta sobre el tiempo pasado, y debe ser cierto, pues a mí me está ocurriendo eso exactamente. En verdad, no todo fue tan bonito, ni Harvard tan paradisíaca, ni la gente tan auténtica, del mismo modo que no puede haber mil ulises ni siquiera cien huckleberry finns, pero guardo una reconfortante imagen de mi periplo. Me queda una nueva experiencia, unas cuantas anécdotas, pero, sobre todo, algún reencuentro con viejos amigos y el descubrimiento de otros nuevos. Y entre éstos, destaca la figura de mi primer casero, William Camilo Shelton. Hoy quiero hablar un poco de él y rendirle así un pequeño homenaje de agradecimiento por todo lo que hizo por mí.



Bill fue la primera persona que vi en los Estados Unidos y también fue la última. Nunca olvidaré a ese hombre de barba canosa, alto y delgado quien, recién aterrizado en Boston, comenzó a enseñarme la ciudad el mismo día que llegué. Cuando le preguntó a un avezado taxista magrebí cómo se podía salir del barrio que rondábamos supe que nos habíamos perdido. Con Bill viví en su casa victoriana de fachada multicolor mis primeras dos semanas en tierra yanki. Sus conversaciones me ayudaron a despejar mi mente de las preocupaciones que me asaltaban en esos primeros días, por el bienestar de las personas que tanto quería y había dejado atrás, quienes, en algunos casos, debían sobreponerse a su propia situación para ayudar a los que estaban mal. Fue él quien, tras más de diez días de infructuosa búsqueda, recorriendo cuchitriles ocupados por una 'onu' de estudiantes, contactó con quien sería nuestra casera, a quien arrancó una ganga de renta sabedor de mi precariedad económica.



Mi amigo es un hombre cultivado, lector voraz y con sapiencia y gusto por una amplio espectro de temas, pero especialmente por la historia, al punto que, a poco que te despistes te puede caer un monográfico sobre los orígenes del socialismo. Pero Bill es, sobre todo, una persona comprometida, que estudió un MBA en la Universidad de Yale, trabajó como consejero delegado de varias empresas, después decidió que lo suyo era colaborar con la comunidad latina de Somerville y que hoy se gana la vida de carpintero ocasional y alquilando habitaciones de su casa a viajeros como yo. Por eso a Bill le para todo el mundo por el barrio, le saludan afectuosamente y le invitan a sus fiestas (popularidad de la cual me aproveché yo a su vez en alguna ocasión como invitado del invitado). El señor Shelton también escribe regularmente en un periódico local, el Somerville News, tribuna desde la que denuncia los tejesmanejes del poder local y expone sus puntos de vista vitales.



Puede que sí haya más de un Don Quijote, aunque los viajes de Bill excedieran el ámbito de La Mancha para recorrer el mundo, desde China a Montecarlo, pasando por la California de finales de los 60 (puede que entonces mi amigo también viera molinos). Los que, como yo, gustan de darle vueltas al tarro y hablar por los codos, hayan su complemento en Bill, quien, aunque dándole al pico no es manco, sabe escuchar. Un día, hablando de las injusticias del mundo me dijo algo así como : "Solo los niños o los ilusos creen en que cambiar eso es posible". Tiene gracia, porque, siendo yo un iluso, en ese momento pensé que él debía ser un niño. A veces nos dejamos vencer por la desilusión, creemos que se esfuman nuestran esperanzas y que a quienes queremos tanto dejan de querernos. Nos superan por doquier las frustraciones y la tristeza nos lleva a la inactividad. Pero, cuando así estamos, pensamos en gente como Bill, pensamos que aún queda algo de fe, algo bueno dentro de nosotros, que la oscuridad pasará un día y que en cada persona a quien ayudamos a hacer algo más feliz hay un motivo luchar y para esperar el mañana con un atisbo de alegría.